Si la personalidad humana no adquiere toda su fuerza, toda su potencia, entre las cuales lo lúdico y lo erótico son pulsiones fundamentales, ninguna revolución va a cumplir su camino. (J.C)

martes, 23 de noviembre de 2010

Ventana

La ciudad es un toque de queda.
Vestigio de gentío, inoloro.
El asfalto raspa los ojos y hay un socotroco de hormigón en frente.
Idéntico a un juguete que mamá quiso hacer pasar como pinypon sin suerte.
Viejos que dominguean de lo lindo a la altura de los pies.

Un árbol, el que más miré en mi vida, está implotado de baldosas.
Me resisto a llamar a Catastro para lo dejen rapón,
y ya no más las hojas en la ventana.
ni refulgureo de gotas, ni auspicio de tiempo bueno.


La persiana se atrancó porque soy consciente de la casa en tu ausencia.

Pedazo de tierra antiguo, quién el primer ocupante que pone mojón de algarrobo?.
Yo lo veo calvo y malarriado.

El hombre sin carro no sabe su apellido.
Plantó el árbol para echarse a la sombra, entre encadenado y encadenado.

Del silbido del basurero no supo, del cerámico cárcel. Del desperdicio a la rama, de los viejos domingueros.

Mi sombra dijo, y lo bien que hizo.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Juguete


"La calma no es el juguete,
la calma esta en jugar."


(Leélo) Manuel vaticina mi muerte.  
Lo descubro en patas, la laptop me patea 
-irrita mis terminales nerviosas-.
La piel se apolla, sigo en patas.
Leo com-pulsa.
Ya la capota va de gris a negro
Los dedos están fríos.
No atino siguiera a fregarlos con la mano.
No atino a moverme.
Polea tensa la letra que sube, 
la fecha que sube -publicada,comentada-. 
Camilo se revienta los ojos y te mira. 
Y te mira. Y te mira. Y te mira.
Es un animal descuartizado
de noche
Desmembrado al insomnio, 
Destripado abstinente.
Su ser el arte.

Siento el cabeceo del que sangra aire,
en un irse de costado
rayando la locura.

Un tartamudeo vencido a gritos.

poder decir: condenado silencio.
la palabra asesina la ignonimia, la palabra secuestra la miseria, corta uno a uno los dedos 
-hasta que deja de irrigar-y los manda en un sobre rojo -via correo postal-al que tiene la plata.

http://camiloblajaquis.blogspot.com/

viernes, 12 de noviembre de 2010

arca rusa

Yo siempre me miento y si la afirmación es correcta, entonces al decir que me miento también estoy mintiendo, entonces siempre me digo la verdad. 
Pero lo hago con tal don, que no pienso reprimirme. 

Las palabras de la cabeza son otra clase de reprimenda, un álbum mojado, un maldito collagge derretido o mocho, el peor de los castigos: NADA de suerte. Como si la suerte fuera algo. 
A cada mentira le vale su tapa. Una tapa de características maravillosas, atributos invencibles (si Essen pudiera reproducirlas sus onerosos accesorios culinarios cotizarían en PETRO dólares).
La tapa se abre de día en uretras irritadas, bronquios sucios, verdosos mocos dilatados al rojo, palpitantes corazones apresurados. 
Ó
La tapa se abre de noche en Arcas Rusas anegadas, en apocalípticos incendios en los que puedo ver pasar a todas las personas que ví en mi vida, en secuestros y sauces llorones, en escapes de gas y balaustradas.

Anoche soñe la muerte de mi papá: distraído, joven, risueño. 
Mi papá que me había ido a ver y que yo le pedía que se quede y él se quedaba. 
Mi papá dócil, concentrado, erguido, apuesto. 
Me acompañaba -me estiraba el brazo-, y yo iba amarrada a su codo como a tierra firme. 
Nos saludábamos de lejos y él contento me llamaba por la comicidad de hablar viéndonos, sin poder oírnos -mediaba entre nosotros un triple blindex-. 
Entonces del otro lado ponía el celular en la oreja y yo lo veía hablar. 
Podía escuchar en el movimiento de su boca: suerte hija.
Y de ahí abismo de silencio, parálisis fílmica, congelamiento. 
La palma mirando el asfalto, dos perros saltando al lado y yo gritando al otro lado del tubo: voy para allá papá.
El pie rojo, pisando un pedal de moto que no carraspeaba, asustada, sola.

Era mi culpa. 
Mi papá murió por mi culpa.

Cerraba con fuerza los ojos.
Me despertaba ahí dentro aún, desahusiada y triste.

Con la pena en el labio plegado origami húmedo, caminé hasta el trabajo. 

Un paredón hecho de filo: la ausencia. Mi papá estaba muerto y yo lo sabía.
Escaleras de Escher conduciendo a la nada bella de la incomprensión.  Al inútil devenir roto.

El calor matutino, el rayoso sol metido en el pelo y el pie seguido del otro. 

Las lágrimas secas tiraban la piel del cuello. 

La almohada amarilla miraba mi arca rusa, la filita ordenada de los que me llevaría al infinito.



miércoles, 10 de noviembre de 2010

Linterna mágica

Parece ser que cuando uno de grande escribe las cosas de cuando era chico, solamente el escribiente (el adulto que alguna vez fuera niño) parece tener idea de lo que pasaba. Lo que significa que nadie que haya compartido esa infancia va a tener un registro tan siquiera similar de lo acontecido.
Los padres se desgranan pensado qué le dieron, qué no le dieron. Aún recuerdan el llanto desalineado ante alguna negativa y con eso cargan -como mulas marroquíes- por años. El niño adultece, el adulto envejece. En algún momento (con suerte) el uno y el otro hacen su puesta en común. Se sientan con un mate o café de por medio. El uno ha logrado hacerse una idea de sí mismo bastante parecida a su deseo, el otro también. Sin decir agua va, el envejecido auto-reflexivo- arremete con esa imagen que lo ha acompañado, a la cual le ha asignado atributos inverosímiles y le pregunta al que adultece cuál es su propio registro de la cosa. Eso por supuesto mediando alguna carraspera, cierta incomodidad en la hombrera (que acomoda impaciente) y unos pasos a la cocina a "ensillar" el mate (la pregunta se hace de espaldas del que adultece quien considera de su preferencia un silencio que le recorra la espalda a ciertas miradas ante las que un envejecido ya no puede hacerse el zonzo). Hecha la pregunta, los dados entran a correr. "Nada grave vieja" dice el que adultece y de paso, aprovecha para cargarle con su imagen: "Qué fue de la joven que nos cuidaba de chico (el niño había dedicado flor de pensamientos y auto-manoseos a la susodicha), que de un día para el otro desapareció de lo de la abuela?" Claro, la envejecida no contaba con eso, un escozor frío le empieza a patinar la nuca, las fieras se le vienen a los ojos. Va a la cocina con el mate recién hecho y el agua a punto. Queda quieta, y calla. "Hay silencios necesarios" piensa la envejecida, sabiendo que esa, se la lleva a la tumba.

martes, 9 de noviembre de 2010

Bolivia sin Eme


Ese día
conté tanto ovejo -salta que salta-
que al cabo,
el ruido de las patitas contra el alambrado
fue otra de las hebras del insomnio.

La maleta era un bulto mudo,
un infortunio.

Bolivia sin eme
-como el ventanal-
era el tercio
de ocho golpes de cuerda
sin estruendo.

La incomprensión de la frontera
y las salinas.

Ese día,
hubiera hecho perrera
del dinero que corre
para borrar lo estropeado;

y quedarme en la tricota
de la cholita alegre,
de su rojo feria
y su fatiga.

Como aventón frío

Parece imposible estar diciendo, como quien no quiere la cosa, que esto se me vino aventonado. El gesto de usar las teclas sin desidia O entre muerte y muerte de un arból -del ruido electrico de su partida y su baño en tinta- pueda salir un floron, un gesto vivo, un encuentro.
El trabajo de oficina nunca es, perfora el engranaje . Pero no por miedo, no. Sinergia.
A las treguas les llamo silencios: el timbre que no suene, o no dedo-huella de billete corriendo., no baba en dedo, no archivo, no el grito apagado del cliente, no contar en voz alta, no nada. Silencio es no sacar conclusiones de dónde habrá ido a parar el maldito Julio Argentino Roca. Como si fuera tan importante su estanca muerte, como si hubiera algo de historia que contarse.
Entonces del silencio a la tecla -vahído y su sonoro viene una subida de presión, una escalera.

EL Julio argentino is still missing. "Alguien se lo llevó" dice el feto adentro del labio - feto que nos recuerda lo que hay que olvidarse-. Repasar uno a uno los movimientos, un ajedrez cotidiano midiendo estratégicamente las coordenadas  hasta que el gesto eureka dirime la batalla incosecuente con la memoria. 

Silencio de tecla leer el moho de Harper, oler el libro de Alfonsina. O ver la L de pLaqueta desarmarse hidratosa, tostada, rica en la boca de anoche, que ya no es hoy.
Un atún, una carreta. las piedras de Calder desparramadas como nubes truncas:  
Qué daría por tener un galpón del que acordarme.